Hace pocos días y por una extraña casualidad mi pequeño
hijo Ignacio escogió como compañero de sueño a un pequeño peluche verde de
largas patas y de sonrisa amable. Durante siglos los niños han
buscado en esas compañías protección; y, empezaba diciendo que me pareció una
“extraña casualidad” porque esa noche tenía como objetivo escribir este
artículo para contarles lo que las ranas hacen por el planeta.
Estos pequeños seres que pueblan la tierra desde hace 350
millones de años son determinantes en la estabilidad de la cadena trófica. Es
decir, son parte indispensable en el proceso de transferencia de energía
alimenticia a través de una serie de organismos, en el que cada uno se alimenta
del precedente y es alimento del siguiente. Si las ranas desaparecieran, todo
el sistema se altera.
Pero la naturaleza es implacable y la reciente actividad del
volcán Cotopaxi trajo consigo no solo las alertas por ceniza, emisión de gases
o una inminente erupción que destruiría mucho de lo que encuentre a su paso;
nos trajo también la triste noticia de la posible desaparición de la
única población sobreviviente de ranas cohete, las ranas símbolo de Quito que
serían arrasadas por lahares en caso de la explosión del coloso.
Esta era una situación única en la historia de la
conservación de la biodiversidad del Ecuador, pues por primera vez se tiene
conocimiento de la posibilidad de la extinción de una especie de animal como
producto de una catástrofe natural, tal como nos alertó Santiago Ron, Curador
de anfibios del Museo de Zoología de la Universidad Católica del Ecuador, un
apasionado científico que ha dedicado su vida al estudio de esta especie.
El reto entonces era tomar acciones inmediatas que nos
permitieran salvar a esta especie, darle otra oportunidad de vida y que las
orillas del río Pita, que han sido su fuente de vida, no se conviertan también
en el de su muerte. La única opción era poder rescatarlas de ese lugar y
ponerlas a buen recaudo para sobrevivir su especie.
El mejor lugar para hacerlo, era la Balsa de los sapos, un
laboratorio con altos estándares de calidad en donde tiene ranas en cautiverio
para poder estudiarlas, para reproducirlas y cuidarlas con detalles como salas
especializadas con micro climas adecuados, con lluvia permanente y alimento
seguro para que se sientan como en casa.
Biólogos de la Universidad Católica conjuntamente con
personal del Ministerio del Ambiente emprendieron la aventura de localizar a
las pequeñitas ranas cohete en medio de un verano intenso que no garantizaba
poder hallarlas.
Armados y equipados de esperanza recorrieron centímetro a
centímetro el tramo del río Pita, en donde fueron vistas por últimas vez. Más o
menos a la media hora de búsqueda un grito de alegría indescriptible daba
cuenta de que hallamos una ranita juvenil. Todo el trabajo realizado tenía
sentido. Esta pequeña se sumaba a dos renacuajos recolectados antes y que se
espera pertenezcan a la misma especie.
La búsqueda se extendió por algunas horas que incluyeron
inclusive el uso de play back (el canto de las ranas emitido por un pequeño parlante,
esperando que por su territorialidad canten y podamos ubicarlas con mayor
facilidad), pero al final de la jornada solo pudimos ubicar un renacuajo
adicional.
La jornada había sido un éxito pues creíamos que por las
condiciones del clima sería casi imposible hallarlas; pero nos llevamos tres y
con ellas renace la esperanza de no perder una de las especies más amenazadas
del mundo.
Estas iniciativas son las que nos hacen creer en la
humanidad. Todos podemos ser parte de este Ecuador Verde que debemos cuidar y
proteger no solo para nosotros sino para todo el planeta. Gracias a Santiago, a
su extraordinario equipo y al personal del MAE porque cada uno de ellos nos
ayudó a cambiar la historia.
Lorena Tapia
Ministra del Ambiente
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